No sé si has experimentado alguna vez el estar perdido, tal vez eres de esos que llevas GPS a todas partes o eres de los que prefieren asumir riesgos, pues ante esas circunstancias vienes reforzado por alguna experiencia, por la sorpresa o la novedad de lo inesperado.
De nuevo mis pensamientos, van a esos recuerdos de infancia, cuando esperábamos con ilusión los campamentos de verano, esos que nos han dejado una huella de respeto y admiración por la naturaleza. Era ahí, en esas salidas, cuando en un segundo uno podía perderse ante la inmesidad de la naturaleza, descubrir su pequeñez y empezar a dar alas a esos fantasmas. Fantasmas que también podían aparecer cuando nos perdíamos en esa gran multidud de gente, miradas diferentes a las de nuestros padres, y de nuevo esas sensación de aungustía que se recuperaba cuando nos reencontrábamos.
Hoy por el contrario, somos «adultos» autosuficientes, seguros en nuestros caparazones, creemos saberlo y controlarlo todo, no nos cabe un rasquicio de inseguridad en nuestros caminos. Pero siempre no es así, el camino no es siempre recto, a veces aparecen curvas, baches y de nuevo nos sentimos pérdidos ante diferentes acontecimientos de la vida. Buscamos el apoyo de los nuestros, pero no siempre están ahí, nos pueden fallar, y de nuevo podemos experimentar la soledad..
Pero gracias a Dios, tengo un padre «chachipiruli», que cuando me pierdo siempre me busca, me llama una y otra vez por mi nombre, no se cansa de buscar en cada rincón, en cada esquina.. y una vez que me ha encontrado, me hace una fiesta, si.. a lo grande, sin tener en cuenta todos mis tropiezos y meteduras de pata. Me llena de besos, me abraza… y uff… me siento de nuevo en casa, con ese olor a hogar… y con una sonrisa y unos brazos abiertos me dice ¡BIENVENIDO A CASA!